Crear (Poesía)



                                                         
                                                    

Estoy en casa, es una mañana tranquila, como para sentarse frente a la pantalla del computador y escribir, imaginar, sentir.

La gata blanca, café y gris me acompaña, está en la silla de alado, durmiendo, le hago unas caricias, se estremece con qué me importancia y sigue descansando.

Una de las razones por las que me gustan los gatos, es porque te acompañan, sin exigirte  mucha atención, mientras trabajas frente al ordenador.

Aparte de su belleza, sus movimientos ágiles, estilizados y su vibración presente, espiritualmente en mi vida.

Ayer, tuve clases de Yoga, casi siempre me pongo nerviosa antes, me parece me gusta mi profesor, a los tiempos alguien lindo, pero ya tiene pareja.

Además en este tiempo he olvidado estar con alguien, entregar, querer, compartir. A decir verdad se me hace extraño estar con una pareja.

Bueno, ya vendrá el hombre que me quitará esa extrañeza, con quien pueda compartir libremente y dar, claro también recibir.

Ahora sueño con conocer New York, verla en la noche, verla en el día, caminar por sus calles, sentarme en las gradas de esos edificios antiguos dando a la calle, sentir el tibio sol en mi cuerpo, mientras sentada, veo a tanta diversidad de gente pasar y pasar.

Los observo curiosa de pies a cabeza, me fijo en sus ojos hay tanta variedad de colores, formas, expresiones.

Me gusta hacerme invisible ante la presencia de los otros, pero esta vez me resulta imposible, la gente también me mira de re ojo con curiosidad.

Dejo de observar y ser observada,  disfruto del sol en mi rostro, parece me acariciará, me da una pincelada de color, me muestra las cosas, la gente de manera distinta, me regala un camino, al cual llamaré el Camino amarillo.

El Camino amarillo, es un camino donde se me dibuja una sonrisa, un sendero de alegría, lleno de magia y color.

Camino hacia una avenida, bastante movimiento, las personas caminan apresuradas, hay tanta variedad de gentes, tamaños, formas.

Olas de personas que vienen y se van, muchos letreros y luces, indicando algún lugar o mostrando su publicidad.

Sigo caminando, yo decido como ver las cosas y decido verlas con alegría.
Con una sonrisa  en el rostro, sigo caminando, hasta divisar un lugar verde, grande, dentro de la ciudad, mi corazón salta dentro del pecho es el Central Park.

El aire tiene otro aroma aquí, está más liviano, más relajado, respiro hondamente, siento a la libertad como una brisa recorriendo todo mi ser. 

Mis pensamientos respiran libertad, mi alma vuela con esa brisa.
Me adentro en  ese verdor, rodeado de imponentes e iluminados edificios.

Unas personas montando bicicletas pasan por mi lado, hay mucha gente haciendo ejercicio, mascotas acompañando a sus humanos, árboles y flores.

Espacios inmensos verdes, donde los jóvenes se broncean aprovechando los rayos del sol, recostados sobre el césped sin vergüenza, sin temor, sin falso pudor.

Camino observándolo todo, sintiendo mi momentánea omnipotencia de gata traviesa, la vertiginosa sensación de saberme en otro país lejano, con gente tan diversa y un idioma distinto.

Camino por un puente, observo abajo la laguna, en sus verdes aguas una canoa iluminada por una bella luz dorada, rodeada de altos rascacielos.

Es en ese momento cuando llegan a mis oídos notas musicales, sonidos danzando en  el aire, en el viento, en ese parque.

Llevados y traídos por la brisa, en mi mente cada uno pinta un color.
Sigo a las notas, esa sinfonía de colores, a esa creación llamada música… 

Voy bailando, parezco loca, tal vez lo estoy, llego a un espacio grande verde donde están personas tocando muchos instrumentos violines, flautas, chelos, contrabajos, piano, saxos, trompetas, tambores…


Me siento en el césped como tanta otra gente, con alegría interpretada, suena el inicio de una feliz melodía de Mozart.

Simone Farina

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