Las Luces (Relato)


Foto tomada de la web


Estoy en el avión, todo está a media luz, estamos por aterrizar, siento un hueco en el estómago, un ligero sudor por el cuerpo, una extraña sensación recorriéndome de pies a cabeza.

Miro por la ventanilla, un mar de luces, luces brillando en un cielo negro azulado, desde la ventanilla parecen pequeñas lucecitas de gran fuerza y brillo, algunas son permanentes, otras titilan, las hay, las que se apagan y prenden por intervalos.

He llegado con la emoción a flor de piel, un hueco en el estómago precipitándose de arriba hacia abajo, a la ciudad de Las Luces, al mar de luces.

Me encuentro sola caminando hacia mi hotel, por una calle empedrada,  ancha, curva en redondo en la esquina, a los lados están aparcadas bicicletas y motos, las luces encendidas de una construcción al parecer de los años 50.

Un viento liguero me recorre el cuerpo y me empuja hacia un intenso olor a pan y chocolate.

Entro, me atiende un chico bonito, alto, de barba, delgado, de espalda ancha y rizos.

Me dice Jé ma pell Antonio, que bonito se escucha!

Me invita a degustar un delicioso pan de ¡chocolate,! Me mira comerlo y se sonríe.

Rápidamente decido llevarme cuatro de esos panes, con su táctica de hacérmelos probar, consiguió vendérmelos.

Voy Saliendo del local, se me está haciendo tarde para llegar al hotel, me despido abruptamente, Antoin, me toma del brazo y se ofrece muy amablemente a mostrarme dónde está mi hotel y a enseñarme la ciudad.

Yo, con la prisa encima y el saberme pérdida, en tan grande ciudad,  además  ¿qué me hago?  Está lindo el chico. 

Acepto y le doy las gracias, con un beso en la mejilla.

Vamos, en su carro, recorriendo unas callejuelas un tanto estrechas, empedradas, entramos a una calle más ancha con edificios clásicos, me da la sensación de estar en otro tiempo.

Volvemos a tomar una curva, es una calle estrecha, con mesitas a los lados, flores de varios colores, menús escritos con color blanco en pizarras exhibiéndose para los transeúntes. Un delicioso olor a café, estamos en una calle de cafés y restaurants muy bonita y pintoresca.

El reloj marca las diez para las cinco, el tráfico no ayuda, se supone que este era un atajo, los carros están moviéndose, lentamente pero moviéndose.

Antoin se ve un poco preocupado pero relajado, me mira y me sonríe diciéndome ya mismo llegamos, no te preocupes.

No sé, ¿por qué? pero confío en él, seguimos avanzando en el tráfico, llegamos a la esquina y da un rápido giro, avanza como 10 metros, se para en la puerta principal de un edificio de construcción clásica, puerta grande de madera, almacenes de arte y ropa a los costados.

Antoin, me dice con una amplia sonrisa en sus labios llegamos, este es tu Hotel, ves que te preocupabas de nada.

Agarro mi maleta y bajo corriendo del auto, le grito a Antoin en 20 minutos te veo aquí mismo.

Llego a recepción, me registro.

La chica recepcionista, me dice a mí y a otra persona que somos los últimos.

Me llevan a mi cuarto, subimos por el elevador al cuarto piso, son unas bonitas puertas de madera talladas, el encargado me dice habitación 413 y me da las llaves.

La puerta se cierra con un leve golpe seco por atrás y siento una enorme sensación de ¡libertad!  Recorriéndome todo el cuerpo.

Me acerco a la ventana, se puede ver a lo lejos, imponente la torre Eiffel, muchas construcciones clásicas rodeándola, dibujando la ciudad con un aire bohemio, hasta llegar a ella.

El cuarto está lindo, arreglado, limpio y es espacioso. Miro a la ventana y sonrío.

Salgo al pasillo, escucho una melodía hindú, me conmueve, la siento por los poros, su eco me resuena en la cabeza, me vibra en  el corazón.

Voy escaleras abajo tarareando la melodía, quiero ver el hotel y sus huéspedes, un pedacito de Paris entre paredes.

Llego al lobby hay de fondo una música francesa alegre, entrego las llaves y salgo por la puerta principal de madera.

Antoin está allí, esperándome, sentado en su carro.

Me ve y sonríe, me encanta su sonrisa, tan amplía, la siento profunda, sincera.

Vamos a ver la puesta del sol en la hierba circundante a la torre Eiffel con un vinito, quesos, pan y uvas.

Nos sentamos en la hierba, se ve tan imponente la construcción de metal, me recuesto en la hierba, miro el cielo, las nubes, siento el aire, huelo mi aroma estando allí y suspiro…   Se siente el Amor aquí, sobre todo un Amor universal.

Antoin se está acabando las uvas y los quesos

¡No puede ser!   Son tan deliciosos.

También me apresuro a tomar varios trocitos de queso y me los voy comiendo, saboreándolos como un verdadero manjar.

Está cayendo la noche, me gusta mucho la sencillez de este lugar, pero es momento de seguir conociendo la ciudad.

Vamos con Antoin en su coche, pasamos por el Arco del Triunfo, hay una gran cantidad de carros, formando el tráfico.

El Arco es lindo e imponente, es semejante a una puerta con diversas esculturas talladas, mostrándose en medio de la ciudad.

Hay muchas luces alrededor, árboles y luces yendo directamente al Arco.

Pasamos debajo de este y Antoin en un gesto cariñoso y extraño para mí, toma mi mano, la mira, la acaricia, la besa y me suelta.

¿Qué ha sido esto? Me pregunto.

Me conmueve su gesto, siento su respeto y eso me gusta.

Se detiene frente a un pequeño café, me acerco a su rostro, lo miro de frente a los ojos y le doy un beso en la mejilla, el me huele, suspira, se vira y me da un beso en la boca… nos besamos.


Siento mucha emoción y un cariño de otros tiempos.

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