Sensaciones verdes (Cuento)


                                                                                                  Foto tomada de la página "Ecuadortravel"


Viajo hacia un lugar donde siempre quise estar, donde en el cielo se dibuja el agua, los árboles viven en el bailarín río, los sonidos de la naturaleza, los seres vivos hacen música y sonidos extraños para el oído del ser humano.

Es solo una hora de vuelo, voy boca abierta, admirando el paisaje. Las nubes, el cielo, las montañas, las pequeñas ciudades y por fin esa espesa belleza, vista desde la avioneta como una bruma verde palpitante: el bosque, el verde lugar, el verde respiro, el corazón universal.

Hace calorcito, huele a tierra, a húmedo, aterrizamos, bajo pronta de la avioneta, a unos pasos veo unas cabañas, en el patio unas hamacas de colores y en el fondo los aullidos de algunos animales.

Me da un poco de miedo, pero pronto me tranquilizo,  Inés me recibe y me dice que así suena siempre la selva.
Voy corriendo a echarme en una hamaca mmmm ¡deliciosa sensación!
Inés, me asigna una cabaña, me dice la cuatro, la más cercana al río, muy confortable, segura, bonita y con una excelente vista.

Yo asiento con la cabeza y me entrega las llaves.
Camino directo a la cabaña, con mi mochila negra, unas inmensas ganas de descansar, y mucha curiosidad de conocer el sitio.

Me he quedado dormida unas horas en esta rica cama, me visto y salgo a caminar por la orilla del rio.
Hay mucho verdor por todas partes, sopla una brisa fresca por lo que no se siente el intenso calor.

A lo lejos por el río veo un grupo de cinco personas, subidos en una canoa.
Se van acercando más y más, donde estoy yo.
Sonrientes me dicen “sube, sube, hay mucho que ver” yo no sé cómo reaccionar, pero pronto les sonrío y subo de un brinco a la canoa.
Saludo a todos con un Hola y un gesto de mi mano, el agua se ve tan fresca, el cielo azul intenso, el sol brilla con fuerza.

El guía nos pide hacer silencio, para no espantar a las aves y poderlas observar.

El silencio nos abraza fuerte, alzamos nuestros ojos al cielo y vemos tucanes, pájaros de colores, volando sobre nuestras cabezas, se dibujan sonrisas en nuestros rostros, se dirigen volando a tierra para buscar comida.

Con la canoa seguimos navegando por esa agua llena de vida, donde se reflejan los imponentes árboles, la verde vegetación, las distintas formas en las nubes flotando por el cielo.

Navegamos hacia tierra, allí veremos más animales.
De otro brinco salto de la canoa a tierra, los demás también brincan, la tierra está un poco mojada, la selva con sus árboles, sus animales y la llovizna cayendo es un sueño cumplido, en esto llamado realidad.

Camino, camino, camino tras el guía, siento mi piel morena sudorosa, el cabello más rizado de lo normal, un aroma como frutal brotando de mis poros y una mirada que se esconde cuando quiero encontrarla.

El guía alza la vista hacía un gran árbol, parece llevar ahí mucho  tiempo, cerca de la copa está escalando una madre mono con su hijo, son tan bellos los dos, parecen ir en busca de un lugar de descanso.

De repente siento la presencia de alguien atrás mío, muy cerca de mi cuerpo, en un rápido movimiento me toma con fuerza la mano, es uno de los chicos viajeros sobre la canoa.

Ahora Salta a mi vista su barba, sus rizos indómitos y sus cautivantes, bellos ojos.

Parecidos al agua del río… profundos, dulces, fuertes.

Seguimos caminando por la selva, agarrados de la mano, como si no, nos quisiéramos perder, luego de hasta por fin, hallarnos.

El guía nos dice en voz baja miren hacia el árbol justo de enfrente, hay tucanes de colores en un nido colocado en el centro del árbol.

Nuestra vista viaja hasta aquel lugar y vemos los tucanes haciendo sonidos en las ramas de los árboles, se percatan de nuestra presencia, pero no, nos hacen caso.

Son tan hermosos, sus colores, plumas, picos, patitas nos hacen volar.
Sus sonidos se funden con los de los demás animales de la amazonia.
Es como una sinfonía entrando por mi cabeza, haciendo remolinos en mi vientre, bailando sobre mi corazón.

En el húmedo piso unas ranitas de vivos colores y ojos saltones parecen nos croan, las miramos, se dan vuelta y se van saltando con unos brincos alegres, cadenciosos entre la vegetación.

Todo aquí es tan verde, tan cristalino, puro.
Camino tomada de la mano de aquel hombre, con quién no me ha hecho falta hasta ahora compartir palabras, solo emociones de lo encontrado en esta caminata.

Es la selva y como a diez pasos, esta un árbol sumamente hermoso, de amplias ramas estirándose al cielo, un tronco muy ancho, raíces abundantes, saliendo en parte por la tierra, pájaros de colores cantando en sus ramas.

Nos acercamos a esta vida verde, parece acogernos, mi corazón vibra de emoción, aquel hombre me mira dulcemente a los ojos, me suelta la mano, me dice ojos de capulí y sutilmente me amarca colocándome bajo el imponente árbol, me mira, sonríe, desaparece entre la gente del grupo, entre la selva.

Yo me quedo atónita, confundida, sin saber qué hacer, me digo “creo que lo soñé, me lo imagine, ¡fructífera imaginación!”


En silencio, sin palabras, de repente siento un abrazo por atrás, me parece un ave aterrizando de su vuelo, me doy vuelta, es él, no fue solo imaginación… lo miro, lo reconozco, lo abrazo tan fuerte que puedo sentir sus huesos.

Simone Farina

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